Era preocupación del prehistórico, sea paleolítico o neolítico, quizás mayor en este último, el estado de la atmósfera, llámese tiempo o clima, porque de ello dependía su supervivencia, y así reclamaba la ayuda de hombres, también mujeres, que traían la lluvia y apartaban la sequía. Eran chamanes, brujos y después magos, incluso reyes, para terminar siendo dioses, los encargados del milagro climático. Persiste en el homo sapiens, después de miles, pongamos millones, de años, el miedo al tiempo atmosférico, pese a la tecnología de la que dispone, porque la dinámica atmosférica implica incertidumbre y el diluvio se convierte, en ocasiones, en realidad. A su vez, provoca ese temor, la proliferación de chamanes, hoy científicos, que anuncian buenas cosechas si se lleva al dedillo el prospecto o sortilegio, la fórmula maestra o mágica, en fin, el remedio a todos los males, que no es otro sino la fe en alguien o algo.
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