Le había puesto a su perro Cristo de nombre, porque se lo encontró abandonado y muy martirizado por gente sin corazón. Matías el de la trompeta fue legionario y con ella se ayudaba para pedir limosna. El hallazgo de Cristo le libró de la soledad. Cuando gritaba Cristo, al principio, los que se cruzaban con él en la calle lo atribuían a cosa de su locura. Pero al descubrir que llamaba al can, unos se lo tomaron a risa y otros por la tremenda. Fue una beatona la primera en llamarlo al orden. Pero Matías se revolvió indignado por el atrevimiento.
- ¿No querrá que lo llame Judas o Herodes?.
Luego acudió una muy facha y le preguntó que por qué no lo había llamado Mahoma.
- Señora, que yo he peleado contra los moros, en la puerta de Melilla - se defendió.
No tardó en acudir el cura de la parroquia, en cuya puerta pedía, y le rogó que le cambiase el nombre por el de Lázaro.
- Es más apropiado - le dijo, amparado por la sotana. Pero Matías le soltó un trompetazo en la cara.
Cristo se meaba en la puerta de la iglesia y la ensuciaba cuando le venía el apretón. Correteaba entre los fieles cuando salían o entraban, provocando más de un tropiezo. A veces ladraba alto y no se escuchaba la homilía. Pero era el amigo de los niños y lamía la mano de los que lo acariciaban, que se habían salido con la excusa de hacerlo callar.
- Este perro no da más que escándalos, y es un peligro - protestaban algunos de los que no faltaban nunca al oficio, que ya lo confundían con el demonio.
A Cristo lo alimentaba Matías con el pan que le daban en el bar de enfrente, y en ocasiones le daba de beber vino de la botella que llevaba en el bolsillo de la guerrera. Entonces se le enredaban las patas y bailaba mejor al ritmo de la trompeta.
Un día acudieron los del ayuntamiento y se llevaron a Cristo, porque no estaba vacunado. Matías quiso marcharse con su amigo, pero no le dejaron. Se quedó muy solo y muy triste, dejó de tocar la trompeta.
Un día Matías desapareció de aquella puerta, poco después acudió otro pobre a calentar su escalón. La última vez que lo vieron en Córdoba tamborileaba un tambor por las Tendillas. De Cristo no volvió a saberse.
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