Durante el franquismo El Greco estuvo de moda y se falsificaron muchos grecos, dentro y fuera de España. Para muchos El Greco era sinónimo de modernidad, se había anticipado al Cubismo y el Surrealismo. Eugenio d´ Ors, señalaba sus logros vanguardistas. Dibujantes como Sáenz de Tejada lo imitaban para representar las gestas de la Falange o el requetés, por tipos alargados y místicos. También en París los hubo que con admiración y malicia imitaron al pintor de Creta y colocaron sus pastiches en casas de millonarios norteamericanos, tras embolsarse puñados de dólares. Había que sobrevivir al exilio en la adversa posguerra. A mi padre le gustaba mucho El Greco y un día, en compañía de mi tío Antonio, me llevó a Toledo a ver El Entierro del Conde de Orgaz. Reconozco que me impresionó mucho el realismo de la cara del muerto y le dije a mi padre que cuanto más lo miraba, más me gustaba, porque tal juicio lo había leído en un tebeo, uno de esos de la familia Cebolleta del genial Vázquez. Ese tipo de salidas siempre sorprendían a mis mentores, que no conocían la fuente original, así me gané fama de letrado. En realidad lo que más me gustó de Toledo fueron las espadas, que se vendían en todas partes, pero mi padre no me compró ninguna. No obstante, regresé a Madrid convencido de que lo hacía desde una ciudad fantástica.
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