Abres la ventana de crear publicación y el face te pregunta sobre lo que estás pensando. En ocasiones nada y otras veces en muchas cosas. Ahora mismo en ver qué se me ocurre para rellenar este campo. He visto un cuadro de Maruja Mallo que me gusta mucho, como todo lo que pintaba ella, pero no me ha convencido la interpretación que de él hacen. El cuadro es el famoso de la mujer y la cabra, que no tiene nada que ver con el asunto de los titiriteros que se acompañaban de una para montar el número en la vía pública. Yo creo que el cuadro, por los innumerables símbolos que recoge, de carácter religioso, pagano o cristiano, no es más que una anunciación de la primavera, pero en un contexto indígena. Pero este tipo de interpretaciones ya no se llevan, porque hay que darle otro giro, aunque sea con calzador y adecuarlo a los tiempos que corren. Las cabras con cuernos de oro eran las de la mitología, Amaltea o la que se vistió en vida con el vellocino que robó Jasón. Ahora es la de la legión, que se los pintan para que brille bonito en el desfile. Yo me acuerdo de los titiriteros de la cabra, que ví por primera vez en Madrid, muy de chico, y luego en otros callejeros de España, por lo que deduzco que incluso los titiriteros pobres hacen turné de tarde en tarde, o por las mañanas. Pero lo de la cabra era nada comparado con la del oso, que sólo tuve la oportunidad de ver una vez, también en Madrid. Un plantígrado muy gordo y cansado, que se movía con lentitud al ritmo de una trompeta, que tocaba un gitano muy bigotudo, mientras una de sus hijas, sin zapatos, pasaba el plato. Imagino que el animalito envidiaba a su colega del madroño. O igual sirvió de modelo al de bronce. Yo me quedé, para mi pesar, en el daño que debía hacerle el aro de la nariz, que ataban con una cuerda, para sujetarlo y hacerle bailar.
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