De todos los que como dependientes pasaron por la tienda de El Gordo, aquella de la Corredera, el santuario comiquero de los 80, hablamos de Córdoba, recuerdo con cierta simpatía a Vicente, que no era el Galadí en Off, sino otro. Cada uno de aquellos merece un capítulo, pero hoy nos detendremos en el mentado, del que no puedo decir que recuerde mucho sino algunas anécdotas. Vicente no era un tipo muy alto ni muy atractivo, al contrario que su novia, pero tenía un aire francés que lo hacía muy interesante, o eso me lo parecía a mí. Creo que hubiese hecho un buen papel en alguna que otra película cómica como doble de Christian Clavier. Cualquiera que acudiese a la tienda sabía, al verlo allí, que iba a pasar un rato de lo más divertido, porque era un tío con gracia y sobre todo con un buen repertorio de chistes, de la Córdoba más popular e indómita, surrealista y pinturera. Por desgracia no recuerdo la inmensa mayoría de aquellos, que me desarmaron en su momento, pero sí uno que tuve ocasión de oír en el Plateros de la calle María Auxiliadora, una tarde-noche que nos juntamos unos cuantos a hablar de cómics y de las jornadas del cómic, sedientos de birras y tintos. Se contaron muchos, pero el que sigue es que me impactó profundamente, y todavía saboreo en ocasiones, porque es difícil de olvidar y conviene repartir para salir de su maligno encantamiento.
La situación era la que sigue, unos amigos estaban en un bar pimpando y uno dice que va al servicio a orinar. Pasan los minutos y no regresa. La espera se eterniza y los compañeros, preocupados, deciden ir a buscarlo. Llaman a la puerta del servicio y el otro responde que ya sale, y lo hace cubierto de mierda. (En estas que conviene informar que el váter no era de taza sino turco, de orificio de drenaje).
- ¿Qué te ha pasado?
- Nada, que estaba orinando y se me ha caído la dentadura al agujero. Y he estado buscándola.
- Pero, hombre, si te has puesto de mierda hasta la boca.
- Calla, calla. Si es que he sacado tres y ninguna es la mía.
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