Vico era un amigo segurata que había hecho la mili en Barcelona, en caballería creo recordar, aunque era de Linares, y contaba que le dieron muchos permisos y estuvo trabajando para el mejor escultor de la capital condal, que lo contrató como modelo, y cuyo nombre no recuerdo por más que he querido indagar, que lo mismo no ha sido suficiente. Pese a todo no pierdo la esperanza de encontrar algún retrato suyo en algún monumento catalán. Tocaba el acordeón de oído y cuando viajaba en el tren de Linares a Barcelona ligaba con extranjeras, y lo hacía bien. Vico, como se puede comprobar, tenía una buena colección de anécdotas que contar y no faltaron pocas ocasiones para oírlas, tuve esa suerte. Era muy buena gente y alguna vez se rieron de él los compañeros, y eso le dolió bastante. Ya lo contaré otro día. Ahora toca lo del concierto de Chiquetete en Jódar, ese municipio de Jaén semillero del comunismo más ortodoxo en la década de los 90, donde los vecinos daban el voto a Batasuna en las generales. El retrato de Stalin presidía en salón de plenos del ayuntamiento, con el de Lenin y el Che Guevara. Los escolares confundían a la dama de Elche con la esposa del revolucionario. Eso no impedía que un pueblo tan progresista disfrutase de la música más popular, de profunda raigambre andaluza, pero no exenta de novedades, como era entonces la de Chiquetete. Se organizó el concierto del que hablo y al Vico lo enviaron con otro compañero a ocuparse de la seguridad, el presupuesto no debía ser muy alto. Allí acudió la flor y nata de los amantes del cante y sus versiones melódicas, dando palmas y taconeando, gente con mucha melena y trajes de corte que venía de los alrededores a disfrutar del celebrado artista. Entonces los de Jódar tenían fama de ser muy rurales, poco protocolarios y viscerales, directos, muy brutos, en pocas palabras. El caso es que en la puerta del recinto donde fuera a darse el concierto, se sumaban y sumaban admiradores, con o sin entrada, y estos últimos, con el argumento de que Chiquetete era para ellos como su padre o el mismísimo hijo de la Virgen María, exigían un pase, un rincón para ver y oírlo. Algunos ya trepaban los muros y Vico y su compi corrían de un lado a otro para impedirlo. Otros, menos arriesgados, esperaban a que se abriesen las puertas y, para no aburrirse, levantaban los adoquines de la acera y hacían castillos. El concierto se retrasaba y empezaba a cundir el nerviosismo. La noche avanzaba y aunque se veían las estrellas amenazaba tormenta. Se asomó el Vico a preguntar qué era lo que pasaba, para poder dar razón a los seguidores que se agolpaban en la puerta y expresaban con malas formas su quita. Allí en el improvisado camerino estaba el Chiquetete sentado a una mesa bien rodeado de sustancias tonificantes porque, según sus propias palabras, no podía, no podía. Y mientras, el público se impacientaba. Aquello no parecía tener más solución que anunciar la suspensión del concierto y le dejaron la papeleta a los seguratas, que estaban en la puerta principal. Por otra más discreta saldrían los músicos y su líder. No voy a contar el canguelo que le entró al Vico sabedor de la responsabilidad que le habían adjudicado, parece que lo veo sudar y palidecer como cuando lo contaba. Al otro lado de la puerta se oían golpes y gritos de amenaza. En un momento dado, inesperadamente, se fueron las luces y la calle quedó a oscuras, y se organizó un gran escándalo. Como la ocasión pintaba calva, el Vico y el colega no se lo pensaron dos veces, hicieron mutis por el foro y se escaparon entre el gentío. Con la habilidad de una rata llegaron hasta el coche, que habían aparcado al final de la misma calle. Pero cuando fueron a arrancar volvió la luz y rápidamente fueron identificados por los congregados.
- ¡Los seguratas, que se escapan los seguratas! – y la muchedumbre se abalanzó sobre ellos dispuesta a cobrarse las entradas.
En ese instante ya solo pensaron en salvar el pellejo y de un acelerón salieron disparados de un linchamiento seguro, llevándose por delante a más de un jodeño.
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