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lunes, 21 de octubre de 2024

El rito de la sandía

De los momento de la infancia era épico el ritual de la sandía, ese postre indispensable del verano. Se compraba la más grande cuando nos juntábamos todos los primos y se hacía tajadas respetando el centro, que mi abuela llamaba corazón y reservaba a mi tío que era su favorito, aunque lo disimulase. El juego o la gracia consistía en decir que no nos gustaba, tomar la porción entre las dos manos, probar un poquito y, tras saborearla, hundir la cabeza en ella y ventilárnosla en un periquete. La celebrada hazaña concluía con pulpa y jugo de sandía por todas partes, alguna que otra amenaza de ahogo, toses y muchas risas, después las tías repartían tortas o cachetes. Las sandías siguen estando buenas, pero he de reconocer que ya no son tan divertidas como entonces, quizás porque ya no juego a probarlas o mi abuela no esté para cortarlas.


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