Me hace gracia que existan concursos de literatura que te obsequian con un lote de libros. Entiendo que al principio pueda sonar bien, porque eso de que te regalen muchos, si eres lector, es una gozada. Pero luego resulta que esos tochos no eran precisamente los que habías soñado, sino los que la editorial, la administración o quien organiza la rifa tiene de sobra en el almacén, y no sabe cómo desembarazarse de ellos. Es dura esa realidad de abrir el paquete y no encontrar nada que te guste, y ya piensas en los que vas a regalar a los amigos o a la biblioteca del instituto. También puedes disimularlos en alguna librería de esas que compran y venden, y llevarte de segunda mano los que de verdad te interesan. Recuerdo aquel lote de comics que me tocó en cierta ocasión y que me hizo muy feliz, porque era inocente, ignorante y me bebía todo. Creo que de aquellos no conservo ni uno, fueron flor de un día, gozo, más que nada, de ir cargado por la calle de la Feria con un gran tesoro, arropado por el aroma del azahar que invitaba a imaginar que el mundo de la historieta era mío porque me había llevado un premio, recogido en el Potro.
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