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martes, 22 de abril de 2025

Las monedas de la discordia

En ocasiones acompañaba a mi abuela, cuando se dirigía a casa de su hermano a comprar productos de la huerta. Allí mismo, en el corral, era atendida por su cuñada. Cambiaban impresiones, se contaban las cuatro novedades y algún que otro chisme. La una le pedía una cosa y la otra le elegía lo mejor. Que si un melón, el más grande. Si unas habas, las vainas más gruesas. Si mi abuela pedía un kilo, la tía le daba uno y medio. A mi abuela no le agradaban aquellos favoritismos, porque era como robarle a su hermano, y expresaba su enfado con gestos de disgusto. El momento más importante del negocio era el del pago. La tía María bajaba el precio, mi abuela lo subía. Si mi abuela le daba de más, la otra le daba vuelta, pero mi abuela no la aceptaba. Resultaba cómico verlas reñir por unas pesetas, sujetándose una a otra por las muñecas, intentado meterlas por el escote de la contraria si se ponía a tiro. Para mi fortuna, después del forcejeo, siempre solucionaban el conflicto del mismo modo: me obsequiaban con las perrillas que ninguna quería.


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