Nació la República de unas elecciones municipales, encabezada por los liberales, conservadores y católicos unos, progresistas otros, pero todos defensores del estado de derecho y la propiedad privada. A los liberales progresistas se sumaron los socialistas, que no creían en la República que representaban aquellos, por considerarla burguesa, pero necesaria como paso previo para implantar el socialismo. Para los independentistas, oportunidad de hacer realidad su sueño, es decir, convertirla en república de repúblicas, y después independencia. Para los anarquistas indiferente, porque no solucionaba los problemas de la clase trabajadora. Y para los monárquicos un drama. Bastaron dos años para que vencieran los conservadores, con el voto de la mujer. Pero se impidió a la CEDA formar gobierno, sino con los reformistas, porque así lo quiso el presidente de la República, que era católico. En tan breve período de tiempo, golpe de Estado, Casas Viejas, y reformas que no cuajan. Después Revolución de Otubre y escándalos como el del estraperlo. Más tarde, victoria en las unas de una alianza de liberales progresistas, independentistas, socialistas y comunistas, (en crecimiento), cada cual, con su propia hoja de ruta, pero con la pretensión común de que los republicanos claudicasen. Contrarrevolución y revolución, una larga guerra civil, más de un millón de muertos, exiliados y represaliados, Dictadura y gobiernos en el exilio. Ningún apoyo de las democracias internacionales, que temían la expansión de la revolución y la pérdida del monopolio de minerales y cítricos. Resolución de la ONU en el 50, que levantó sanciones al régimen filofascista que condenaron cinco años antes, y hace socio en el 55. Triste balance de un período. La República en el exilio se disolvió y quemó sus símbolos en el 77, porque sus representantes aceptaron la monarquía constitucional. Pero el mito se perpetúa.
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