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jueves, 24 de abril de 2025

Dos caballos amigos

Yo tuve dos caballos de aquellos de plástico que venían en sobres de indios y americanos, así los llamaban. Eran dos caballos salvajes con la crin alborotada y sin riendas, blancos, que pertenecían, supongo, a los comanches o los siux, nunca lo tuve muy claro. Estos dos caballos eran mis favoritos y me acompañaban a todas partes. Yo los hacía vivir grandes aventuras, carreras, peleas, diálogos, porque los caballos hablaban entre ellos. No había tarde que no cobrasen vida en mis manos. Un día tuve la mala suerte de que uno de ellos se cayó por la ventana, por jugar sobre el alféizar. Desde un cuarto piso me asomé a ver si lo veía, y allí estaba, entre las hojas de un arbusto, muy quieto, esperándome. Como era muy pequeño no supe sino advertir mi impotencia para recuperarlo y me juré hacerlo en cuanto que me viese en la calle. Su compañero estuvo triste toda la noche, llamándolo con relinchos de pena. Al día siguiente, cuando bajé a la calle para ir al colegio, me acerqué por él pero, por más que lo busqué, ya no estaba. Imaginé, que se lo habría llevado otro niño, sin intención de devolverlo, un niño muy malo que vivía muy lejos. Desde ese momento, el hermano gemelo perdió importancia en mis juegos, y pronto fue otro más en una tambor de detergente Colón que estaba lleno de otras figuras de animales y personajes. Un día descubrí que también había desaparecido, desde entonces no he dejado de sospechar que se marchó a buscar a su hermano, y he soñado que en un futuro quizás nos reunamos y volvamos a correr juntos.


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