El capitán Trinquete, que navegaba con su tripulación y barco, el Cangrejo, en un océano de páginas y viñetas, era uno de mis personajes favoritos del mundo gráfico de finales de los 70. El guión era de Sotillo y el dibujo de Nabau Pérez, artistas olvidados como tantos, incluso siendo hombres. Creo que el único álbum que tuve de la colección me lo leí algo así como un millón de veces. En cada lectura descubría un detalle nuevo, para mi sorpresa. El de Nabau era un estilo espontáneo en la ejecución, una línea que no temblaba y no se corregía, sino que se manifestaba enérgica y viva. Trinquete no dejaba de ser el prototipo clásico de pirata, el de todas las películas, que reunía en su fachada e indumentaria cada uno de los detalles que lo hacían reconocible: el parche en el ojo, la pata de palo, la casaca, el calzón de bandas verticales y el sombrero napoleónico. Cuando se cabreaba disparaba al aire sus pistolas, varias veces, en contra de toda lógica, porque lo hacía con pistolones de un solo tiro, y gritaba aquello de "¡por todas las tortugas de la isla de las tortugas!", para desbaratar sin éxito su mala suerte. Un compañero inseparable era Catarrosa, (amén del loro llamado Parlanchín), que se señalaba por tener siempre un moco en la punta de la nariz. Buenos ratos pasé en la compañía de ambos, eternidades irrepetibles, cuando los días eran largos, se vivía en la fantasía y los abordajes eran de papel.
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