Treinta años de la muerte de Hugo Pratt. Son noticias que te sobrecogen porque imaginabas ayer y resulta que se te ha ido una vida. De Pratt siempre admire su misterio y grafismo chocante, de la primera etapa, después se pulió demasiado y me faltaban los brochazos y el trazo quebrado. Tuve la suerte de conversar con él en un par de ocasiones, cuando aspiraba a convertirse en vecino de la Judería de Córdoba, y ya le quedaba poco en este mundo, pero no lo sospechábamos. Hugo era una cabeza muy grande, y unos ojos hundidos en una cara arrugada pero optimista. Hablaba de cosas curiosas y de lo poco que le importaba si tenían o no base real. Le pasé unas fotocopias de un relato sobre Corto y no tuvo reparo en darme un buen corte para librarse de ellas. Pese a todo, no le guardo rencor. Debió de aguantar a más de un paliza, es el precio de la fama. El relato no fue sino un diálogo radiofónico, que interpretamos unos amigos en Radio Cadena Córdoba, un día de unas fiestas navideñas muy lejanas. La señal ya debe de haber superado los límites del Sistema Solar. Quizás quede copia sonora en algún archivo.
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