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lunes, 16 de junio de 2025

Otra de las sin sombrero, que se puso boina

Las sin sombrero, es la definición que en la actualidad se utiliza para referirse a las mujeres que pertenecieron a la Generación del 27. Pero lo cierto es que lo uno no tiene nada que ver con lo otro, es una asociación arbitraría que ha tenido éxito y ya se encuentra incluso en los libros de bachillerato. Ya comenté en una entrada anterior que la propuesta parte de una anécdota que relató Maruja Mallo en una entrevista. La pintora se refería a una travesura juvenil que protagonizaron la mentada, Federico García Lorca, Salvador Dalí y Margarita Manso. Se trató de una anecdótica e intranscendente reivindicación de la homosexualidad, sin un propósito meditado, sino casual e improvisado. No obstante, la asociación que señalo ha tenido éxito y ahora se utiliza para englobar en ella a las mujeres que a finales de la década de los 20 e inicios de los 30 tuvieron cierto protagonismo en el mundo de las artes. En realidad, ellas jamás se denominaron así, sin sombrero, ni se sintieron parte de ningún grupo. Como era de esperar, por los tiempos que corren, se han señalado virtudes feministas en todas ellas. Sin embargo, si retornamos al principio y nos detenemos en Margarita Manso, una del cuarteto original que dio pie al término, descubrimos que militó en Falange. Pero antes de llegar a ese punto interesa señalar otros datos curiosos, como que fue miembro de la conocida Orden de Toledo, o modelo para su profesor de pintura, Julio Romero de Torres, o que Federico García Lorca le dedicó su romance Muerto de Amor, incluido en el Romancero Gitano. También fue retratada por su amiga Maruja Mallo. Margarita tuvo una relación sentimental que terminó en matrimonio con el pintor Alonso Ponce de León, que se encargaba de los escenarios de La Barraca. Ponce de León estaba afiliado a Falange Española y al inicio de la Guerra Civil fue asesinado por orden de la checa de Fomento o de Bellas Artes, que así se llamaba este tribunal popular formado por libertarios, en su mayoría.  Margarita huyó de España, pero en 1938 regresó y se instaló en Burgos, donde colaboró en numerosas actividades culturales con Dionisio Ridruejo, conocido falangista defensor de la obra de Antonio Machado y que acabó siendo defenestrado por el régimen. La actividad cultural de Margarita fue mermando tras su segundo matrimonio con un cebrado endocrino afín a la dictadura, Conde Gargollo. Murió con 51 años de cáncer de mama. Con ella se fueron un buen puñado de peripecias protagonizadas con sus tres compañeros sin sombrero, Lorca, Dalí y Mallo. Margarita optó por un bando, importan poco las razones con las que quieran justificarlo, pero no debe silenciarse su pasado para inventarse otro. Pero cualquiera cambia ahora la historia oficial.


domingo, 15 de junio de 2025

Las sin sombrero, cosas del tercer sexo

De un tiempo a esta parte no es raro encontrarse la referencia a las sin sombrero, queriendo señalar con esta expresión a aquellas mujeres que pertenecieron a la generación del 27. Pero poca gente sabe que detrás de tal definición estaban Lorca, Dalí, Margarita Manso y Maruja Mallo. Fue esta última la que contó la anécdota en una entrevista ya legendaria que se le hizo en TVE a inicios de los 80, (Maruja Mallo a fondo, está en YouTube), y dio origen al termino, sospecho. Tuvieron la ocurrencia los cuatro mentados de atravesar la Puerta del Sol desprovistos de sombrero y el resultado fue una lapidación por el atrevimiento, pues tal acto era una manifestación pública de homosexualidad, del tercer sexo que dijo Mallo. Para evitar las piedras y los insultos que volaban por doquier tuvieron que refugiarse en el metro.


miércoles, 11 de junio de 2025

Lo que queda del recuerdo

Un día que visité Pompeya me vine con el recuerdo distorsionado, que es lo que sucede en todos los viajes, que vas con unas expectativas y te traes lo que menos esperabas. Es una pena, pero así es la vida, no siempre impresiona y queda en la nitidez del recuerdo lo que a uno le gustaría. En lugar de los frescos y los mosaicos, los elevados pasos de cebra y las arcadas, las termas o las domus, me traje la estampa de una inglesa muy amargada, que era la de la agencia, el guía que decía ser profesor y se cabreaba si no le atendías, unas catalanas que hacían chistes de todo, pero en castellano, un chileno que hablaba del dinero que ganan los abogados, y quería comprarse un camafeo con el rostro de Augusto, un norteamericano de Harlem muy sonriente con un ventilador de mano, una señora mayor que copiaba cupidos de una pared y conocía al guía, un perro sin dueño que no paraba de seguirnos, unos tipos que me dirigían a un autobús que no era el mío, y otros que me vendían guías de Pompeya, Nápoles o su museo. Y mil detalles de estos o semejantes que son los que cubrieron como las cenizas la ciudad y llenaron la mochila que me traje de vuelta.


martes, 10 de junio de 2025

El tamtam de Apachete

Apachete era un muñeco algo articulado que tenía por gracia tocar un tambor. Era una figura cilíndrica con cara de indio, (apache se supone), adornada con pinturas de guerra. Llevaba incorporado a la altura de las rodillas un pequeño tambor que simulaba golpear con ambas manos, sin mucho entusiasmo. Iba a pilas y al tiempo que hacía el ruido del tamtam sonaban unos cánticos guerreros provenientes de su estómago. Era uno de aquellos juguetes que no servían absolutamente para nada, salvo para verlo en acción los cinco primeros minutos. Luego era condenado a ser olvidado en una estantería. Un día que con mis padres acudimos de visita a casa de unos parientes lejanos, descubrí que tenían un Apachete sobre la mesita en la que descansaba el teléfono fijo, de aquellos con cola de los de antes.  Mientras mis familiares hablaban de sus cosas, yo dediqué la tarde a la concienzuda tarea de comprobar el funcionamiento de Apachete. Fuese porque le di mucho que hacer o que las pilas estaban secas, el caso es que aquel piel roja dio su último concierto, para mi disgusto. Tentado estuve de sustraerlo de aquella prisión y llevármelo a la casa. No sería la primera vez que robaba un juguete en casa de un primo, como también lo hacía en la de los vecinos. Pero Apachete no cabía en mi bolsillo y no podría justificarme con lo de que me lo había dejado allí dentro olvidado, mi excusa favorita, que mi madre ya conocía. Que por cierto, tenía la fea costumbre de devolver lo que me llevaba. A muy pesar mío Apachete se quedó en su balda, expuesto a los timbrazos del teléfono. Me consolé pensando que tal vez le pondrían pilas, para otro día que volviese. El caso es que no regresé a aquella casa, no recuerdo quien vivía en ella, y si lo hago es por el Apachete. Vete a saber qué primos fueron aquellos, si le darían o no otra oportunidad de cantar al manitu o lo condenaron al silencio definitivo.


domingo, 8 de junio de 2025

Lecciones de moral


 

El rey persa marcha al combate

Cuando el rey persa decidía ponerse en marcha al amanecer, el ejército era encabezado por los magos que transportaban sobre un altar el fuego sagrado y eterno. Jóvenes vestidos de púrpura les seguían, tantos como los días del año. A continuación, un carro tirado por enérgicos caballos negros y conducido por aurigas vestidos de blanco transportaba una imagen de Ormuz, el dios del cielo. Un rocín albo que representaba al sol venía tras ellos. Doce caballeros de doce pueblos distintos, diversos en su forma de vestir y armas, custodiaban el tesoro sagrado. A estos les seguían los “inmortales”, 10. 000 valerosos guerreros, vestidos de hierro y oro. Pocos pasos después acudían los nobles, familiares del rey, lujosamente vestidos. Tras ellos los “doríforos”, encargados de sostener la cola del manto del monarca. Precedían a este último, sentado en su trono, que estaba instalado sobre un carro adornado de oro, plata y piedras preciosas. A ambos lados se elevaban dos estatuas de oro, representación de los fundadores del imperio: Nino y Belo. 10. 000 lanceros custodiaban al rey. No muy atrás acudían la madre, mujeres e hijos del rey, montados en carros no menos ricos que los de aquel. Les seguían 365 concubinas, cientos de eunucos e institutrices, personal de servicios, criados y trabajadores. Tras ellos podía contemplarse el tesoro real, sobre 600 mulos y 300 camellos, defendido por docenas de arqueros. Y cerraban el cortejo miles de guerreros provenientes de todos los lugares del imperio, obedientes a los pactos y amenazas que los sujetaban a cumplir con la obligación de entrar en combate en defensa del tirano que los sometía.

Por la marcha de tanta y diversa gente, la tierra en derredor temblaba.

jueves, 5 de junio de 2025

La isla del Gigante de bronce a la vista

Un pueblo belicoso, hecho al saqueo y la rapiña, consigue noticias sobre una isla misteriosa de localización imprecisa, en el ignoto occidente, que despierta su ambición por la riqueza, pero también el deseo de aventura. Un grupo de voluntarios pone en marcha una expedición con el propósito de descubrir qué hay de verdad en el relato. La isla esconde varios secretos y muchos desafíos, a los que tendrán que hacer frente y de los que no saldrán siempre bien librados.

La isla del gigante de bronce, J.F.P.R. Tales

Comiqueros y otros fanzines

En los años de los fanzines y revistillas alternativas, hablemos de finales de los ochenta, muchos eran los que se embarcaban en esta aventura. Entre todos ellos hubo gente con más o menos fortuna, acierto y desenvoltura, pero también sujetos singulares que parecían surgidos de otro planeta. Recuerdo el caso de aquel colega que apareció un día por el taller del comic de la casa de la juventud de Córdoba, que era un espacio que el Ayuntamiento habilitó a los comiqueros de la localidad y nos permitió a muchos hacer nuestros pinitos y considerarnos personajes de importancia. Ya no recuerdo su nombre, pero sí que nos lo presentó otro de los que eran habituales allí, que lo había conocido por un anuncio en la prensa local. Era un joven que trabajaba en el matadero, sencillo y con grandes ambiciones. Este fichaje tenía en mente un gran proyecto que podía venderse muy bien, según su criterio, porque decía que él había vendido muchas papeletas de lotería por los domicilios y sabía lo que interesaba a la gente. El caso es que para ponerlo en práctica buscaba dibujantes, pues solo contaba con una amiga, que era la que le acompañaba aquel día. En principio aquello no sonaba nada mal, el problema surgió cuando al plantearnos el modo de trabajo nos señaló que con papel de calca se podrían hacer muchas copias de cada página. Tal declaración nos dejó a cuadros, quizás debería decir viñetas. Llegamos a la conclusión de que aquel empresario no conocía el invento de la imprenta, sino el trabajo manual en serie. Su novedoso negocio consistía en reproducir tebeos de Wald Disney con el sistema que queda dicho. Intentamos abrirle los ojos, hablarle del milagro de la reprografía y de los derechos de autor, pero sin éxito. Por más que intentamos explicarle cómo era la industria del comic, él se negaba a bajarse del burro. Hasta el punto de que se terminó mosqueando con nosotros, y su amiga también, que tenía fe ciega en él, y se largaron. No volvimos a verlos. El caso es que con el paso de los años recurro a aquel recuerdo y, mirándolo con perspectiva, pienso que, en el fondo, también nosotros teníamos la cabeza llena de pájaros.


martes, 3 de junio de 2025

Las noches del Buen Retiro

Es don Pío autor de numerosas novelas sabrosas, singulares y folletinescas. En todas se descubre un fino sentido del humor. No entiendo la causa de que en el bachillerato se haga leer El árbol de la ciencia si no es con intención de convertir al autor en un amargado de la vida. Alguno de los del veintisiete, de los que ganaron la guerra, debía de tenerle tirria cuando lo impuso en los planes de estudio bajo la sombra de ese drama. Desde aquello la cosa no ha cambiado nada. Va siendo hora de reconsiderarlo. Creo que tiene títulos más interesantes para la gente joven. Las noches del Buen Retiro, por ejemplo, es uno muy entretenido. Hay una galería de personajes nada despreciable, que dan por separado para varias novelas más. Situaciones pintorescas, muy decimonónicas, que no desvían el interés sino que lo acrecientan. Romántica, con su tragedia a lo Larra. Es una novela que, en fin, rompe un poco con su imagen acartonada y lo convierte en un tipo que volaba alto, o que miraba lejos. Pero que tiene muchas más en esa línea. Por eso lo cuento y hasta aquí te traigo.


lunes, 2 de junio de 2025

Demo, demo, cracia

"Lo llaman democracia y no lo es" cantaban los podemitas hace más de una década. He de confesar que yo también lo tarareé con cierta malicia. Imagino que ahora se les acusaría de fascistas o algo por el estilo. Después de mucho jaleo, nuevos partidos y caras, el panorama no ha cambiado gran cosa desde entonces, para qué vamos a engañarnos. Saturno devora a sus hijos. Ya estamos muy vacunados de tanta corrupción. Existe cierto regodeo en lo de que roben los nuestros, sin tapujos, basta con negarlo. Es un notable ejercicio de resignación ver a los incondicionales defender los privilegios de los suyos, porque imaginan que va a tocarles algo en el reparto, supongo, aunque a veces creo que el problema es más profundo, un regusto en hundirse con el Titanic. Dicen que las bicicletas son para el verano. Imagino que algunos pretenderán pedalear hasta octubre, o hasta la extra de navidad. La cuestión es seguir en marcha, que esto no pare nunca.


domingo, 1 de junio de 2025

Junio huele a vacaciones

Ya pisamos junio que es un mes esperanzador, porque huele a vacaciones. Eso es lo que decía un amigo mío cuando empezaba el mes para cabreo de su jefe que, sin dudarlo, le buscaba más trabajo. Pero ni por esas. Aquel no se achantaba y lo repetía varias veces a lo largo de la mañana. Luego resultaba que junio era más largo de lo que aparentaba y se le olvidaba la broma, pero no a su jefe. Es verdad que junio tiene algo de apagón, intermitente, no llega a ser el de agosto, pero intención y calor no le faltan. La realidad es que queda mucho todavía para la desconexión total. El primer junio de mi vida lo pillé muy tarde, porque me esperé hasta el 26 para conocerlo. En el fondo soy más de julio, que es cuando empezaron a pasarme cosas, que no recuerdo del todo, pero sí algunos flashes. No sé por qué defecto de fábrica se grabaron en mi cabeza sucesos tan tempranos. Siempre he sospechado que está relacionado con su tamaño, el de la cabeza, me refiero. Dice el refrán que el sayo puede hacerte falta todavía, ojalá sea así. Ahora no conviene descuidarse, el aire acondicionado te demuestra lo fácil que es pillar un buen resfriado.