No hay intelectual, de aquellos del 27, y otros posteriores, que prescinda de recalcar de algún modo, él o sus allegados, que tuvo amistad o trato con Federico García Lorca, para poder ser tenido en cuenta y pasar al lado de los de la fama. Se ha convertido así el granadino en pasaporte para cursar en cualquier antología o censo, y empieza a rozar el ridículo el esfuerzo y empeño que algunos ponen en conseguirlo. Basta que en una línea de la biografía del interesado se incluya el nombre de Federico para que automáticamente, por poco o anecdótico que pudiera haber sido el trato entre uno y otro, se convierta así también en referente del mundo literario, o pieza clave a tener en cuenta del mismo. Y al final importan poco el resto de los méritos artísticos que pudiera aportar, sino que, como apóstol o compañero del maestro, ganada tenga la fama y la inmortalidad, o parte de ella, sencillamente por haber tocado sus vestiduras.
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