Un letrero, que no era sino una fotocopia, de un tipo vestido con calzón corto y camiseta blanca, coronado por bombín, adornaba la pared y recibía al parroquiano con un dicho: “si usted es del Madrid, que dios le bendiga; y si no lo es, que Dios le perdone. Un elegante radiocasete de torre, con doble pletina, apoyado en una tarima, sonaba al ritmo de Los canarios, y muy bien, porque según el barman, Pepe, y nadie le chistaba, las cintas magnéticas no se rayaban como los cedés; y nunca estimó necesario cambiar al lector laser. La barra era larga, de punta a punta, de lo que fue nave industrial y hoy biblioteca. Cafés y tostadas, vasos, tazas, platillos y cucharillas, monedas de papel y níquel, se deslizaban por su superficie de mármol, esquivando codos y manos. El aula convertida en cafetería se llenaba de estudiantes y de ruido, a la hora de los recreos; y antes, o después, de estos se escuchaba a Gaspar al otro lado del muro, dando brochazos gruesos de voz, sobre un cuadro fugaz y aéreo. En los huecos absurdos y guardias distraídas se formaban, en aquella improvisada ágora, juntas y debates, sencillas tertulias, de anécdotas y libros, sucesos o novedades, planes e inspectores. No queda película de aquello, porque no resultaba importante; nos conformaremos con la niebla que deja el recuerdo, de un gesto o un dicho, cada vez que nos llevemos un café a los labios, en cualquier otra parte.
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jueves, 6 de noviembre de 2025
Café y tostadas en El Valle
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