Cuando murió Franco yo tenía 9 años. Nos dieron unos días sin cole y vimos por la tele el entierro y la coronación del rey. Poco después nos reincorporamos a las aulas. En clase nos dieron a cada uno el último discurso de Franco y el primero de Juan Carlos. El del dictador era entusiasta y el del rey muy soso. Después vinieron unos meses muy agitados, en los que pasaron infinidad de cosas. A mi padre podía vérsele en el salón, sentado al televisor, con varios periódicos en una mano y el transistor en otra. Por entonces salieron a la venta muchas revistas de humor y las calles se llenaron de navajeros. Se pusieron de moda los bigotes poblados, las camisas por fuera y las botas camperas. Ya había programas a color y los payasos animaban las tardes de los sábados. Un globo, dos globos, tres globos. Tras una tapia se podían dar caladas a unos pitillos después de cazar una lagartija o hacer gua con la bola. En el patio el juego favorito era el balón. A las chicas se les levantaban las faldas cuando saltaban a la comba. Don Luis ponía orden con una regla y don Salvador, con un trozo de manguera, señalaba las espaldas. Ahora hay gente que te da lecciones de lo que no vio ni cató.
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