Nunca me he dormido leyendo un libro. Me he dormido viendo la tele, en el cine, en una conferencia, en el tren, e incluso, a mi pesar, conduciendo. Me llama la atención que alguien pueda dormirse con un libro en las manos. Otra cosa es que me haya apartado de este mundo, sumergido en la lectura, y sea capaz de leer incluso con ruido ambiental, en la cafetería, mientras meten goles, se escucha la novela o viene una visita, (esto último ya no lo hago porque queda feo). Para mí el libro es como el brocal de un pozo, te asomas y te atrapa, y dejas un rato el cuerpo sin alma, a la vista de todos, que intuyen que ya no estoy con ellos. Con esto no quiero venir a decir lo maravillosos que son los libros, como esas escritoras que los venden para satisfacción de los editores, sino que, si bien abren puertas, también amontonan polvo y pescadillos, y no sabes cómo librarte de ellos. Cuanto me acuerdo del ama y la sobrina; lo quemaron todo, pero dieron alas a don Quijote al mentar a Frestón, ¿o era Muñatón? Los mejores libros están en las cabezas.
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domingo, 28 de septiembre de 2025
No me duermo leyendo
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