Goyo se marchó una noche cuando todos en el psiquiátrico dormían o como que lo hacían. Si lo vieron salir no se preocuparon mucho por evitarlo. No era peligroso. En la calle, como siempre, imitaría al primero que pasase. Que si un barrendero, a barrer se pondría; que si un cura, a dar misa; que si un ciego a vender cupones... Pero en aquella excursión Goyo tropezó con un estrangulador que lo dejó todo tieso en la acera. Y menos mal que así se dio la cosa porque, aunque loco, Goyo no tenía modos de asesino.
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