Abderramán, príncipe de los creyentes, era rubio y tenía los ojos azules. Su madre, como su abuela, era una princesa cristiana del norte. Para que a él no lo tuviesen por tal, se teñía el pelo de negro azabache todos los días. Era un devoto creyente, añadió alas a la mezquita de Córdoba. Pero también volaba con el vino. Lo de su pasión por Azahara debió de ser bulo porque tenía mujeres a patadas y así las trataba a todas.
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