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lunes, 17 de diciembre de 2007

Nerón quema Roma.


Mira Nero, de Tarpeya
A Roma cómo se ardía:
gritos dan niños y viejos,
y él de nada se dolía.
El grito de las matronas
sobre los cielos subía;
como ovejas sin pastor
unas tras otras corrían,
perdidas, descarriadas,
a la torre se acogían;
los siete montes romanos
lloro y fuego los hundía.
En el gran Capitolio
suena muy gran vocería:
por el collado Aventino
gran gentío discurría,
y en Cabalo y en Rotundo
la gente apenas cabía.
Por el rico Coliseo
gran número se subía;
lloraban los dictadores,
los cónsules a porfía;
daban voces los tribunos,
los magistrados plañían,
los cuestores lamentaban,
los senadores gemían.
Llora la orden ecuestre,
toda la caballería,
por la crueldad de Nerón
que lo ve con alegría.
Siete días con sus noches
la ciudad toda se ardía:
por tierra yacen las casas,
los templos de tallería.
Los palacios más antiguos,
de alabastro y sillería,
en ceniza van por tierra
los lazos y pedrería;
las moradas de los dioses
han triste postrimería.
El templo capitolino
do Júpiter se servía,
el gran templo de Apolo,
y el que de Mars se decía,
sus tesoros y riquezas,
el fuego los derretía.
Por los carneros y osarios
la gente se defendía.
De la torre de Mecenas
lo miraba todo y vía
el ahijado de Claudio
que a su padre parecía,
que a su Séneca dio muerte;
el que matara a su tía:
el que antes de nueve meses
que Tiberio se moría,
con prodigios y señales
en este mundo nacía;
el que persiguió a cristianos,
el padre de tiranía,
de ver abrasar a Roma
gran deleite recebía.
Vestido en cénico traje
decantaba en poesía.
Todos le ruegan que amanse
su crueldad y su porfía:
cuando más todos le ruegan
él de nadie se dolía.

Romancero anónimo

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