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domingo, 2 de junio de 2024

Del Madrí de Di Stéfano

Del interés de mi padre por el futbol da cuenta la anécdota que sigue.  Siendo joven, allá por la primera mitad de la década de los 60, trabajaba de oficinista en una de las plantas superiores del emblemático edificio Lima, que estaba y está, junto al no menos popular Santiago Bernabéu.

De aquella etapa queda de recuerdo una bonita foto en la que se le ve cabalgando la estatua de la llama, esa criatura de los Andes, que hay en la entrada, obra del escultor e imaginero Palma Burgos, al que casualmente tanto debe la Semana Santa de Úbeda. Supongo que se la hizo cuando no había ningún guardia cerca, y creo que existe otra versión en la que no cabalga solo, por lo que debía ser una gamberrada bastante común subirse al bicho como quien lo hace a una vespa.

Desde las ventanas del piso donde ejercía sus tareas administrativas podía contemplar el campo de futbol en toda su extensión y, si había partido, la evolución y resultado del juego. Siempre comentó que lo que más le llamaba la atención era ver lo rápido que se vaciaba el graderío cuando acababan las competiciones y el público se desparramaba por las calles anexas al estadio.

Cuando tuvo ocasión de volver a Úbeda y contarlo no fueron pocos los que envidiaron su privilegio, y probablemente soñaron con emigrar a Madrid y buscarse una terraza como aquella. Otros más prácticos como un tal Padilla, creo, le pidió que le consiguiese un autógrafo de Alfredo Di Stéfano, que entonces era el figura del equipo blanco. Petición a la que mi padre no pudo negarse.

Estudiando, desde la azotea del Lima y los alrededores del estadio, la vida del Madrí, mi progenitor advirtió que después de cada entrenamiento los jugadores se reunían en un bar cercano. Y un día, armándose de valor, se presentó allí para cumplir con su promesa al paisano.

Como no tenía costumbre de seguir la liga ni su diario era el Marca, no identificó al goleador entre todos los que alrededor de la barra se reunían. Y preguntó al primero que encontró a su paso.

- Alfredo, aquí hay uno que no te conoce – fue la respuesta a grito pelado del que fue interrogado, originando al instante un silencio estremecedor en todo el establecimiento.

En ese instante mi padre sintió sobre su piel que todos los ojos se posaban en él y lo observaban con incredulidad. Por lo que balbuceó una explicación que no arregló el desaguisado de forma satisfactoria.

- Perdone…, es que…, un amigo me ha pedido que le consiga un autógrafo…, porque no puede venir… – dijo, o algo parecido.

Por fin, del fondo de la cafetería un señor levantó el brazo, (quiero creer que realmente era Di Stéfano), y le invitó a acercarse.

- Claro, claro, no faltaba más – respondió, y le estampó una firma en un papelote que le ofreció mi padre. Tras lo cual, agradecido y sin despedirse, abandonó el local y dejó al equipo de las cinco copas de Europa como si les hubiesen metido cinco goles.


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