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viernes, 12 de enero de 2024

Una piedra maléfica

Una piedra. Clavada en el suelo, de forma cilíndrica y alta, igual que una columna. De esas que pueden llamarse menhir por su silueta, tan popularizada por los comics de Astérix, el galo. Si era o no una obra megalítica, se seguía discutiendo en el entorno académico. Algunos sostenían que era un capricho de la naturaleza y otros que la naturaleza no tiene ese tipo de caprichos. Lo más llamativo, sin embargo, es que algunas tardes, cuando el sol se ocultaba tras el horizonte, el megalito emitía un gemido. Por esta razón no faltó el que la relacionó con los colosos de Memnón, esas imágenes egipcias de piedra, representación del faraón Amenofis III, que en el pasado cantaban al amanecer. Pero se tomó por una coincidencia, por tratarse de culturas y civilizaciones muy distintas y separadas por el tiempo. Tampoco a su alrededor aparecieron tumbas o restos humanos, ni de construcciones primitivas. Además, los geólogos defendían la existencia de acuíferos en la zona, agua subterránea que al desplazarse originaba el singular zumbido. Tampoco enmudecieron los que lo relacionaron con la posible intervención de extraterrestres, convirtiéndola en un faro interestelar para naves de otras galaxias, pero sin mayor repercusión mediática.

Pese a todo, la piedra no era un destino turístico popular. Estaba muy retirada de cuanto suena a civilización. Ni carreteras ni caminos conducían a ella. Un sendero muy retorcido, por donde era fácil perderse, era lo único que permitía el acceso a tan inhóspito lugar. La piedra se asentaba en una meseta despejada, pelada de vegetación y castigada por el sol. Incluso los arraclanes la evitaban. No había un triste refugio en kilómetros a la redonda. 

Si en los últimos años ganó cierta popularidad fue por el asunto de la construcción de una nueva autopista, cuyo proyecto la hacía pasar justo por encima de donde la piedra se encontraba. Circunstancia que motivó cierta preocupación en algunos ámbitos como los mentados, por la destrucción que supondría del entorno y el monumento, natural o antrópico en sí.

Al final la obra no se hizo. No se sabe hasta qué punto influyó en el ánimo de los promotores la aparición del cadáver del ingeniero jefe sobre la cúspide de la roca, que el día anterior había estado haciendo las mediciones oportunas y observado con atención su fuste. Los operarios manifestaron haberlo visto algo confuso tras no acertar con unas cuentas, que garabateó en una libreta, cuyas cifras, por llamarlas de alguna manera, no se parecen a ningunas de las habitualmente usadas, sean árabes, romanas o griegas. Lo vieron apartarse de la roca trastabillando, caminando con torpeza mientras se aflojaba la corbata y se deshacía de la chaqueta y las gafas, como si le faltase el aire o se muriese de sed, hasta que pudo subirse al todo terreno que lo condujo hasta allí, para sentarse a descansar. Nadie lo molestó ni se preocupó de él hasta el día siguiente. 

No se pudo averiguar, pese a las numerosas hipótesis planteadas, el modo en el que el cuerpo pudo ser colocado donde se halló. El tronco del difunto estaba tumbado de espaldas, desnudo, y sobre el mismo, formando una macabra pirámide, se amontonaban las cuatro extremidades y la cabeza. Le habían arrancado los ojos e introducido los testículos en cada una de las cuencas.

Ninguna huella fue hallada, tampoco el arma homicida. Los interrogatorios a los trabajadores no arrojaron ninguna luz, nadie vio ni escuchó nada en toda la noche.

Respecto al móvil del crimen, no se pudo dar con una explicación convincente. Aunque circuló entre los más sensacionalistas el asunto de la venganza de un dios primitivo, descontento con la profanación de su santuario.

Las noticias de la actualidad política del día siguiente silenciaron con rapidez el extraño suceso del que apenas ya se habla. Quien consulte el Google maps advertirá qué la imagen proporcionada de la zona en cuestión no es nítida, sino una masa opaca. No pienses en visitar el lugar, si ya lo estás haciendo, sería una locura.


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