Iluseo no había subido a un barco en toda su vida más que en su imaginación. Ello no era impedimento para anunciarse como navegante con experiencia a los turistas que se asomaban a la playa nudista en los meses de verano.
Iluseo aspiraba a ser tentado por las sirenas pero le tenía un pavor tremendo al vaivén de las olas y no se despegaba de la costa aunque las suecas le dijesen que se bañase con ellas.
Iluseo tuvo un tropiezo, mientras paseaba por el acantilado, un día de marzo cualquiera. Cayó al agua y se perdió entre las olas. Si encontró o no a Neptuno es cosa que a nadie preocupa. Las nórdicas, desnudas, echan en falta sus ojos grises alguna tarde... pero pocas.
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