Franky quería una mujer. Era algo que le venía rondando la cabeza desde hacía mucho. Ya no se conformaba ni con las webs de chicas desnudas ni con los chats. Necesitaba un cuerpo bajo el suyo. Pero no quería cualquier cosa. Quería una mujer como él, llena de cicatrices y costuras, de carne podrida y constitución grotesa.
Aquel día se tomó unos cubatas. Se estaba armando de valor. Iba a hablar seriamente con su progenitor. Quería exponerle sus deseos. Bebía sorbo tras sorbo mientras rumiaba en silencio sus propósitos. En un momento dado sintió que no sentía la cabeza. Se levantó perezosamente y, tambaleándose, buscó con el instinto la salida. Una bofetada de aire fresco le despertó en plena calle. Tomó aire y con resolución se lanzó a caminar sin mirar a izquierda y derecha.
El resto lo cuentan los periódicos. Un camión de basura chocó con un estraño muñeco que del impacto quedó hecho jirones. La policía levantó acta del suceso y los barrenderos limpiaron la calzada.
El Doctor Frankenstein no durmió esa noche preguntándose donde andaría el monstruo de su hijo.
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