«Tengas buena muerte cuando te tocare el día fatal. Hallábame enfermo cuando me vino tu carta. Estaba todo cubierto de piojos y con calentura. Ordené, pues, a algunos de mis domésticos que, en habiéndome enterrado, te llevasen mis escritos. Si te parecieren bien a ti y a los demás sabios, podrás publicarlos; pero si no, no los publiques. A mí no me gustaban mucho por no haber certeza en las cosas; pero ni yo prometo en ellos esto, ni sé hallar lo verdadero. Acaso habré explicado algo acerca de los dioses; importa entender lo restante, pues yo no hago más que insinuar las cosas. Agravándose más y más mi enfermedad, ni admito médico ni amigo alguno; pero estando ellos fuera de la puerta, y preguntándome cómo me hallo, saco un dedo por la cerradura y les manifiesto el gran mal en que estoy. Los he ya amonestado concurran pasado mañana a celebrar el entierro de Ferecides.»
Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres.
Traducción de José Ortiz y Sanz.
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