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lunes, 8 de abril de 2024

No se equivocó la paloma, sino nosotros

Lo de la paloma, que no era mensajera, me sucedió en Florencia y lo cuento para que se note que viajo. Fue un día veraniego que subimos a San Miniato al Monte, desde donde hay unas vistas panorámicas de la ciudad espectaculares, y de allí bajamos andando hasta el Arno, y paramos a la altura de la Piazza Nicola Demidoff, que hay un giardino público. Por supuesto que fue una paliza, que llegamos buscando desesperadamente un banco donde sentarnos y recuperar el resuello. Allí hicimos un alto, bebimos agua y aprovechamos para emprenderla con unas galletas maría que guardábamos para las situaciones extremas, como los hobbits las suyas. No me extenderé mentando lo a gusto que estábamos en tales circunstancias, recostados y estirados sobre los listones de madera mientras veíamos a lo lejos el puente Vecchio.  Era un momento único que invitaba al ensueño y la fantasía. En esto que acude una paloma a nuestro entorno caminando a saltitos porque, ¡oh, triste destino!, no tenía más que una pata, pero sin perder la dignidad del ave emblemática. Blanca como la de la paz, pero sucia de polvo y barro.  El pobre animalito acudía renqueando en busca de un oasis como nosotros habíamos hecho. Comprenderéis lo enternecedor de la escena. Aquella pobre ave era digna de misericordia. Miraba de lado, con timidez o miedo contenido, apoyada en su única extremidad igual que el flamenco para dormitar. Cada uno de nosotros imaginó una triste historia en la que la pobre perdía la pata: un cepo traicionero, un gato agresivo, una malformación de nacimiento… Y allí estaba, a nuestra merced, buscando amparo, sembrando de incertidumbre nuestro corazón satisfecho. Para paliar su triste existencia, decidimos compartir unas migajas con ella, facilitarle el tránsito por este valle de lágrimas que nos condiciona a todas las criaturas vivas, seamos de la taxonomía que seamos. Ella comprendió nuestro propósito y se acercó alegre, picoteando aquí y allá, sin preocuparse ya por nuestros propósitos que identificó como bondadosos. Y nosotros, felices por nuestra buena acción, seguíamos facilitándole pedacitos de galletas, que no le faltasen, que ese día fuese un día de fiesta para ella y redención para nosotros.

Pero he aquí que no tardó en acudir otra avecilla, pariente suya, y otra más, y muchas más, a participar del improvisado festín, milagro de la multiplicación de los panes, que aquello empezó a salirse de madre como partido de fin de liga. Fue entonces, siendo muchas a repartir, cuando nuestra amiga sacó la pata que le faltaba, que escondía muy bien la traicionera, y se enzarzó con sus hermanas por lo que consideraba suyo, pero ya sin vergüenza ni consideraciones, sin mirarnos a la cara siquiera, que parecía otra, sino interesada sólo por lo que concierne al estómago, en este caso el suyo. Aprovechando la batalla salimos por piernas, a riesgo de llevarnos una mugrienta condecoración de recuerdo. Esto de las palomas es un desengaño. No te puedes fiar de ellas. Qué os voy a contar si todos conocemos el cuento.


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