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viernes, 5 de abril de 2024

Los godos, genio y leyenda

De godos siempre hay leyendas que gusta uno de repasar y ampliar, inventar si se presta. No falta ocasión para añadir detalle a alguna y retrotraerse a Hércules si se tercia. Tienen estos godos, lejanos parientes nuestros, un empedernido acento a fake new que arrojan desde antes del romancero sobre nuestras cabezas. Tipos altos y rubios, de ojos azules y coletas hasta las tetillas, y señoras como aquellos, pero recias, capaces de llevar a hombros una vaca; algo así como unos extraterrestres venidos de otro mundo, pero en catanga. Sin embargo, eran muy brutos, pero con una idea muy clara de lo que querían: un reino cristiano que se perpetuase por los siglos de los siglos en el confín del mundo. Ellos, sin saberlo, ya querían formar España, guiados por la providencia divina, como bien vaticinaran los teólogos de entonces, Orosio e Isidoro, por mencionar los más populares. Pese a todas las señales, estos godos anduvieron despistados, matándose entre ellos por mandar sobre el resto. He aquí, y siempre guiados por la doctrina católica, que, por no hacer acto de contrición, Dios los mandó al purgatorio en forma de musulmanes que estuvieron de paso unos ocho siglos, y dos más de ocupas, pero sin mezclarse en todo ese tiempo con los hispanos que nunca dejaron de ser romanos. Luego a los godos se les perdió la pista, pero dejaron buen recuerdo, como ese tío lejano que se fue a las indias y se quedó en ellas, y mandó una foto fumándose un puro. El resto es historia.

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