Apolonio de Tiana, sabio y milagrero, viajó en cierta ocasión a la ciudad de Gnido, célebre por su estatua de la diosa Afrodita. Allí, un joven perdidamente enamorado de la imagen preparaba su boda con ella.
Preguntó el santón a los de Gnido si les parecía bien aquello y estos le respondieron que gracias al propósito del novio la diosa sería más famosa y vendrían más peregrinos a verla. Amonestoles Apolonio por su codicia y después llevose aparte al loco y le hizo salir de su error.
Díjole que los dioses aman a los dioses, los animales a los animales, los humanos a los humanos y, en suma, los semejantes a sus semejantes, para engendrar seres similares a ellos.
Despertó el mancebo de su sueño y diole gracias infinitas al mago para después, sin dilación, marchar en busca de mujeres de carne y hueso.
Lo cuentan Filóstrato y otros escritores de la antigüedad.
Preguntó el santón a los de Gnido si les parecía bien aquello y estos le respondieron que gracias al propósito del novio la diosa sería más famosa y vendrían más peregrinos a verla. Amonestoles Apolonio por su codicia y después llevose aparte al loco y le hizo salir de su error.
Díjole que los dioses aman a los dioses, los animales a los animales, los humanos a los humanos y, en suma, los semejantes a sus semejantes, para engendrar seres similares a ellos.
Despertó el mancebo de su sueño y diole gracias infinitas al mago para después, sin dilación, marchar en busca de mujeres de carne y hueso.
Lo cuentan Filóstrato y otros escritores de la antigüedad.
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