Amenazaban a la República los ecuos y volscos, pueblos belicosos del solar latino, y el Senado romano nombró dictador a Cincinato para plantarles cara. Recibió éste el nombramiento mientras trabajaba la tierra. Dejó el arado clavado en el surco y marchó impertérrito a cumplir con su deber.
Dieciséis días anduvo guerreando. Cuando pasó el peligro, dejó las armas para volver a coger su arado y continuar con su labor tal y como la había dejado.
Cincinato quedó en la memoria como ejemplo de dictador, hombre al servicio de la República sin sombra de ambición alguna.
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