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viernes, 25 de septiembre de 2009

Alone in the dark.


Un ruido en la cocina despertó mi instinto sanguinario aquella noche. La luz se había ido y como yo pago mis recibos puntualmente, algo se encendió en mi cerebro. Aún no había tenido tiempo ni de aflojarme el nudo de la corbata, ni tan siquiera de quitarme los zapatos. Estaba tumbado sobre la cama y pegué un brinco como sólo los tigres de Bengala saben hacerlo. Saqué la pipa de la mesita de noche, (donde también guardo un sobrio ejemplar de la Biblia y unas viejas revistas porno, Private, creo); y me dirigí por el pasillo, cauteloso, hasta donde el oído me indicaba. Desde el marco de la puerta, aprecié un bulto relampagueante sobre la placa vitrocerámica y, sin dudarlo dos veces, disparé hacia aquello como un poseso hasta vaciar el cargador. En ese preciso instante se hizo la luz. Había sido un apagón en todo el barrio. En el suelo, junto a mis zapatos, brillaban los casquillos. En frente, Blaqui sacaba la lengua y meneaba el rabo. Más arriba se confundían un montón de cristales con plásticos, aluminio, cables, huevos fritos y bacon.
- ¿Cuánto llevas sin comer Blaqui?-, le dije.
-Pobrecito- y le acariciaba.
-Joder!... Y SIN CAGAR?!
Y le tiré la pistola a la cabeza que acertó en todo el televisor.

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