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viernes, 23 de noviembre de 2007

Termas.

"Mira, a mi alrededor suena por todas partes una gritería de lo más variada: vivo encima de una casa de baños. Imagínate ahora todas las clases de voces que pueden provocar el odio en los oídos: cuando los más fuertes hacen ejercicio y lanzan sus manos cargadas de plomo, cuando se fatigan o hacen como que se fatigan, oigo sus gemidos; cada vez que dejan salir el aliento retenido, silbidos y resuellos de lo más estridente. Cuando topo con alguien indolente, que se contenta con el actual masaje plebeyo, oigo el crujido de la mano al embadurnarle los hombros, que cambia de tono según vaya plana o ahuecada. Y si surge algún jugador de pelota y empieza a contar las bolas, ya es el acabose.




Añade ahora al camorrista y al ladrón sorprendido robando y a aquel al que le encanta su voz en el baño; añade ahora a los que saltan a la piscina con enorme ruido del agua agitada. Además de esos, cuyas voces , si no otra cosa, son normales, piensa en el depilador que emite una voz fina y penetrante para hacerse notar más, y no calla nunca excepto cuando depila sobacos y obliga a otro gritar por él. Y ahora los gritos distintos del de las bebidas y el de los embutidos y el de los pasteles y todos los proveedores de tabernas que venden sus mercancías cada cual con su tono característico" (...)



Séneca, Epístola 56.



Trad: Miguel Rodríguez Pantoja.

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