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martes, 13 de noviembre de 2007

Las prisas no son buenas.

Las prisas no son buenas, dice el refrán popular, y si no me creen pregunten a Paco Lupiáñez que iba a interpretaba a Jesucristo en una ópera rock muy conocida y terminó haciendo de Judas Iscariote ahorcándose en los lavabos. La cosa fue como sigue: el obispo había tenido una visión aquella tarde tras merendar chocolate con churros en casa de una beatona de mucha papada y, ni corto ni perezoso, organizó unos seminarios para jubilados alpargatados. En esto que la beatorra, doña Segunda, le propuso montar una función, teatral, como ella era. El obispo, sin limpiarse el cacao del bozo, la hizo arrodillarse y la puso a cantar unas habaneras en fa, mi, re, do. Por eso el sobrino del sacristán salió a jugar al trompo, aprovechando el jolgorio, para no pararse a escuchar la doctrina que se ponía muy pesada a aquellas horas. En esto que Paco, Paco Lupiáñez, por no hacer un feo, pues le gustaba la puntualidad, cruzó la calle sin mirar, por las prisas, malas consejeras, y fue atropellado por una boñiga de vaca que había puesto allí un ángel. Y esa es la cosa, y por eso la cuento.

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