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martes, 27 de noviembre de 2007

El correo del Zar o la gran nevada.

A los catorce años Miguel Strogoff mató su primer oso sin ayuda de nadie, lo cual no era poca cosa; pero, además, después de deshollarlo, arrastró la piel del gigantesco animal hasta la casa de sus padres, distante muchas verstas, lo cual revelaba que el muchacho poseía un vigor poco comun.
Este género de vida le fue muy provechoso y así, cuando llegó a la edad de hombre hecho, era capaz de soportarlo todo: frío, calor, hambre, sed y fatiga. Era, como el yakute de las tierras septentrionales, de hierro. Podía permanecer veinticuatro horas sin comer, diez noches consecutivas sin dormir y sabía construirse un refugio en plena estepa, allí donde otros quedarían a merced de los vientos.
Dotado de sentidos extremadamente finos, guiado por unos instintos de Delaware en medio de la blanca planicie, cuando la niebla cubría todo el horizonte, aun cuando se encontrase en las más altas latitudes (allí donde la noche polar se prolonga durante largos días), encontraba su camino donde otros no hubieran podido orientar sus pasos.
Julio Verne, Miguel Strogoff, el correo del Zar.

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