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miércoles, 9 de agosto de 2023

Casa de fieras

Siendo niño tuve ocasión de visitar la casa de las fieras que existía en El Retiro de Madrid. Era el primitivo zoo de la ciudad, todavía no se había construido el de la Casa de Campo, o estaba en ello Arias Navarro. De este popular espacio se cuentan muchas anécdotas. Por ejemplo, aquella del tigre de bengala que se escapó de una jaula y fue capturado por Jagatjit Singh, maharajá de Kapurthala, que entonces estaba de visita por la capital. Aunque hay quien afirma que en realidad el felino era un regalo del personaje a su majestad Alfonso XIII por su enlace con la princesa Victoria Eugenia, que fue entonces. Este maharajá sí se hizo con Anita Delgado, que era una joven malagueña de 16 años muy bien plantada y apreciada por artistas e intelectuales como Romero de Torres y Valle Inclán. El indio se enamoró perdidamente de Anita y la convirtió en su esposa, y se fueron a vivir a Kapurthala. Un cuento de Las Mil y Una Noches, aunque con un final trágico que no contaré aquí porque no viene al caso.

Otra anécdota curiosa es la de que, durante la Guerra Civil, mientras los nacionales bombardeaba la capital y los rojos daban el paseíllo a los sospechosos de serlo, los responsables del cuidado de los animales dieron la voz de alarma porque no tenían con qué alimentarlos. Según la prensa de entonces el pueblo de Madrid acudió a la llamada y se pudo paliar en parte el drama. Aunque también se cuenta que la mayoría de las fieras murieron por inanición o fueron convertidas en filetes por el hambre que después vino y castigó a la población.

Pero no era esto lo que iba a contar sino la impresión que me causó aquel recinto el día que me llevó mi padre a verlo. Y esa impresión se resume en una imagen, que no he olvidado, la de un oso polar enjaulado bajo una ducha. El animal, por el poco espacio del que disponía, sólo podía sentarse o ponerse de pie. El agua caía ininterrumpidamente sobre su cabeza y su pelaje estaba absolutamente empapado, pegado a la piel, lo que lo convertía en un suspiro de oso, un galgo con los pies muy grandes.

- ¿Papá, por qué se está mojando todo el rato?

- Para soportar el calor, porque estos animales viven en el polo.

Ni que decir tiene que cuando años después visité el nuevo zoo, en comparación, me pareció de anuncio. Hoy, sin embargo, no puedo sino recordar al viejo plantígrado y no dejo de pensar que tampoco sus descendientes – que no sé si lo serán – están precisamente en el paraíso. Ahí hay uno sobre una losa, rodeada por un torrente en miniatura, comiéndose con desesperación un trozo de melón congelado; o a lo mejor el inocente sueña con meterse dentro.

Y también pienso, cada vez que me doy una ducha, cuanto de oso enjaulado tenemos, que, en el fondo, es lo que más me jode.


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