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domingo, 18 de febrero de 2024

Audiencia con el príncipe

Yo tuve un compañero en el colegio que se llamaba Heredia, pero acudía al nombre de Charly. Charly tenía el pelo oscuro y algo rizado. Su melena, que le llegaba hasta los hombros, lo asemejaba a los Austrias menores. En un dedo tenía una enorme verruga, como anillo de obispo, que provocaba cierto rechazo al detectarla, pero no le impedía tener una letra impecable.

Charly vestía con elegancia, pero a la antigua. Al pronto te daba la sensación de verlo salir de las páginas de un folletín decimonónico, nunca perdió el aura de cuento que lo caracterizaba, pero sin sombrero de copa. El cuello de sus camisas era de un blanco impecable y en ocasiones lo rodeaba con corbata de nudo pequeño. Juraría, si no me la juega la memoria, que las mangas terminaban en puñetas, como las de un juez del supremo. Calzaba botas camperas, de tacón alto, aunque después se popularizaron, pero hay que reconocer que fue pionero al respecto.

Charly no se juntaba con mucha gente durante el recreo. Rara vez se le veía dar patadas a un balón. Prefería sentarse a la sombra de un falso plátano que había en el patio y charlar con los de su reducido círculo, entre los que terminé, sin darme cuenta. La tertulia de Charly versaba sobre temas diversos, pero modernos, elevados para mi coeficiente intelectual, y creo que ahí residía el secreto de su éxito, pues me hipnotizaba. Nunca tuve ocasión de mantener una conversación larga con él, me limitaba a oír su discreto discurso y creo que me aceptó entre los suyos por eso, por saber escuchar. Aunque es posible que también fuese porque de chico yo era muy moreno y me confundían con Mowgly.

Charly se portaba muy bien en clase, era de los que atendían y sabía, copiarse de él era garantía de éxito. Los maestros lo trataban con respeto, como si se las entendiesen con una persona importante. Parecían dudar cuando lo llamaban al orden. Y si alguna vez tuvieron necesidad de imponerle un castigo, este fue suave, nunca lo vi recibir un golpe.

Un día, el que mejor se entendía con él me hizo una confesión sorprendente. Charly era un príncipe gitano.

Al curso siguiente, cuando subimos a sexto de EGB, dejó de venir al colegio. Debió de cambiar de residencia y de colegio. O tal vez volvió al cuento del que imaginé que salió.


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