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sábado, 29 de julio de 2023

El bueno de Pepe

 Se llamaba Pepe y era muy facha, pero no necesariamente el que cada cual conoce porque son muchos los de este nombre y de la misma condición, y tienen el mismo mote. Este era compañero del instituto, coincidimos en COU. Se llevaba muy mal con el de Historia que era comunista y le decíamos “el belloto”, el hombre era tarugo como la madera de encina y sus clases soporíferas como la siesta a la sombra de aquella. Sin embargo, congeniaba con el jefe de departamento, que era gay pero no confeso. Exigía a “el belloto” que su examen lo corrigiese el catedrático, cuando suspendía, que era casi siempre, pero sin éxito o sin que nos enterásemos del resultado final. También se llevaba muy bien con “el butanito” que era el de Literatura, un tipo pelirrojo muy bajito, pero yo creo que por precaución de éste hacia él y sus gentes. Al de Lengua, Don Rafael Lucena, el que suspendía a todo el mundo, le guardaba el aire, pero le hablaba con ironía.

A mí Pepe me caía bien, era un tipo educado y cercano, tenía gracia y era simpático el jodido, nunca discutimos de política, pero era muy facha. Le delataba su forma de vestir, la banderita en la correa del reloj, y sus visitas a la sede de Fuerza Nueva, donde llovían bolillas de acero. A Pepe lo podías encontrar en una taberna muy fachurra que había por debajo del colegio Santa Victoria, entre el Bocadi y Plateros de la plaza Séneca – estoy hablando de Córdoba para los que no sean de allí y no se ubiquen. La taberna tenía los consabidos adornos que en nada envidiarían al atrezo del restaurante que hay en Despeñaperros, el popular Casa Pepe. Si pasabas por la calleja a la que daban las ventanas podías verlo sentado a una mesa con los amigos, pimpando unas copichuelas de fino y contando chistes, con pasodobles de fondo y al amparo de una bandera con el aguilucho que tapizaba una pared. No voy a negar que el sitio tenía un sabor muy cordobés, pese a la parafernalia de la que hacía gala. Ya no existe, y confieso que lo digo con nostalgia.

Pepe vivía cerca del arqueológico, un barrio popular entonces que estaba plagado de tabernuchos y prostíbulos, y ahora repleto de restaurantes y hoteles caros. Los vecinos son otros, con pasta y progres. Entre todos le han robado la magia. 

Para moverse de un lado a otro, Pepe, tiraba de un vespino, (que entonces era otro signo de ser facha o pijo); tenía por costumbre bajar a toda leche por la calle Rey Heredia. Una noche tuvo un percance en ésta. La iluminación de las calles del barrio no era muy buena ni muy conveniente entonces, y él venía despistado o más alegre de lo que conviene al que maneja un vehículo, y al girar en la mentada calleja, le bastó recorrer unos metros para tropezar con un inesperado cipo, algo así como una piedra miliaria o una columna de las que sujetan las esquinas de las casas de la judería, muy bien giñado entre ambas aceras.

Tuvo la mala fortuna Pepe de golpear la rodilla con aquél y perder el equilibrio. Terminó en el suelo y bien jodido. La vespino, que siguió impertérrita su camino, fue a estrellarse contra una pared y quedó hecha mixtos, para el desguace. Pasaron unos meses antes de que volviésemos a verlo por clase, pero bien, contando el suceso como una anécdota más, una medalla en su historial de lucha. Nunca se lo perdonaría al concejal de urbanismo, decía con ese salero suyo del que masca la ironía, echándole la culpa a los comunistas porque querían hacer peatonal el casco antiguo; pues habían regresado de un viaje a Florencia con esos planes para Córdoba.

Hoy no existe el cipo de piedra sino un feo tubo de metal, más próximo a la boca de la calle, para evitar accidentes semejantes o que aparque un listo. Un signo de los tiempos que corren, la Disneylandia que viene.


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