Mis abuelos perdieron la guerra, pero nunca oí de sus labios la frase “ni olvido ni perdón”, ni otras idioteces que tantas veces he leído en foros del face y otros, relativos al conflicto. Bien es cierto que yo era muy pequeño y no era este tema habitual de ninguna conversación, por lo que solo escuché alguna vaga referencia a aquel, y sobre todo de disparates como los de los cuadros de Goya; y si bien es cierto que en cierta ocasión pregunté si mis abuelos estuvieron con los “buenos” o con los “malos”, mi tía Pepa, sin titubear, me contestó que con los “buenos”, reiteradamente, y ahí terminó mi curiosidad. Pasaron muchos años hasta averiguar que fue con los “malos”. Habrá quien atribuya ese silencio al miedo, pero creo que también a la conciencia, porque, con o sin justicia, a la guerra se iba a matar, y mis abuelos fueron conscientes de aquello, hasta los últimos días de su existencia. Sólo en cierta ocasión, uno de ellos, un día que nos habíamos quedado solos, sentados a la mesa del salón, mientras yo dibujaba y él miraba la lejanía a través del cristal que nos separaba del balcón, lo sorprendí hablando en voz alta de un terrible suceso, que yo no comprendía y tampoco recuerdo como vino a cuento; y es que empezó contando algo de un hombre que se comía Europa y nadie hubiese detenido sino los americanos. Pero después empezó a hablar de un barco que se acercaba a la costa y que la primera batería no disparó, y la segunda, donde él estaba, tampoco. Hasta que de la tercera sonó un estruendo inesperado, de donde partió un proyectil que acertó de lleno a la embarcación y la llevó a pique en pocos minutos, muriendo en el naufragio 1000 soldados, que llamó “nacionales”. Después me contó que temió por su vida, porque acudieron unos comunistas, “con muy mala leche”, a preguntarle a él y al resto de artilleros que por qué no había disparado, y contestó asustado que no había recibido órdenes.
Y después de narrar otros detalles que no recuerdo, quedó en silencio, como si no hubiese contado nada. Creo que tenía ganas de confesar algo y, aprovechando mi corta edad, se liberó de una carga muy pesada.
Con los años descubrí que mi abuelo hizo la guerra en Cartagena, que estuvo en una de las baterías de la Parajola, y fue testigo del hundimiento del Castillo de Olite, el mayor desastre naval de la armada española, 1476 fallecidos. Dieron orden de no rescatar a nadie. La guerra terminó unos días después. Sospecho que el resto de su vida, mi abuelo estuvo oyendo gritos de socorro. La última vez que lo vi, fue en el hospital, confesándose con un sacerdote. Hay tragedias a las que a uno invitan sin oportunidad de evitarlas, sin posibilidad de encontrar una salida.
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